23/8/07

Las palabrotas



Todos los niños atraviesan una fase en la que se sienten muy ingeniosos y audaces, y una manera típica de mostrar su nueva e intrépida personalidad a todo el mundo es el uso desmesurado de palabras vulgares e insultos, proferidos con gran alegría y sin ninguna maldad.

La primera pregunta que nos planteamos entonces horrorizados es dónde habrá tenido nuestro hijo la posibilidad de aprender semejantes palabrotas. La respuesta obvia es que las aprende de los demás niños mientras está jugando, en la guardería o en los parques.

Los niños no entienden en absoluto el significado real de los términos que utilizan, pero se dan cuenta perfectamente del efecto que provocan, y entienden que usando esas palabras se hacen más interesantes a los ojos de las personas adultas. Además las repiten continuamente para demostrar que son mayores y capaces de afrontar el enfado de los padres. Están contentos de ser un poco traviesos y de demostrar que también ellos conocen el mundo.

Como comportarnos con un niño que dice palabrotas

La primera cosa que hay que hacer es intentar mantener el control y no salirnos de nuestras casillas. No tiene que notar en absoluto que estamos escandalizados. Si descubre que ha producido este efecto, indirectamente recibe el estímulo de repetir la travesura con la recóndita esperanza de provocar otra vez la misma reacción.

Es muy fácil que, para hacerse más interesante, diga tacos mientras estamos en una tienda o con amigos, de manera que pueda causar sensación y escandalizar a más personas. Cuanto mayor vea que es el estupor, con más frecuencia repetirá la experiencia. Cuando ello ocurra, hay que intentar comportarse con tranquilidad y no darle demasiada importancia al asunto.

Únicamente cuando estemos solos deberemos asumir una actitud decidida e intentar hacerle entender con firmeza que a la mayoría de la gente no le gusta oír esas palabras, que nosotros también preferimos no escucharlas y que sólo los maleducados las utilizan para hacerse los importantes.

Hay que recordar que las amenazas y los castigos en este caso no sirven de nada. Si gritamos al niño cada vez que utiliza una palabra fea en casa, debemos saber que empleará todo su repertorio apenas haya salido por la puerta.


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